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Cachicadán: Eucaliptos, Sol, Luna Llena y Alborada

Una joya engastada en la falda del más bello volcán no nato de la cordillera de los andes liberteños que forma un nido para el cóndor con calefacción natural, eso es Cachicadán. 

Las verdes hojas de sus eucaliptos, su quietud y su silencio tomados de la propia proyección sideral envuelven a sus habitantes de inevitable natural meditación, camino inicial de la filosofía que atesora y demuestra cada poblador en sus sentencias y su modo de enfrentar la vida. 


Ama los retos, y es colibrí en sus respuestas. Pero sabe de antiguo que la lectura es el mejor modo de experimentar con aprovechamiento rápido las huellas dejadas por la inteligencia de quienes nos antecedieron en el laboratorio diario. 

Y como los hombres y mujeres de Cachicadán son vecinos del infinito porque nacen en dulce atalaya, vuelven a su imaginación pluma, a su pluma tezón y cuerpo y así cada cual pichón o cóndor, siempre están dispuestos a volar, cual fuera el humor del sol o la luna, a la puna, la selva o la costa; y no ponen peros si el destino les lleva a otras partes del mundo.

En cualquier latitud la sangre del cachicadanense es caliente y brota a borbotones como sus agua termales. Sus ideas son alcanfor que siempre refrescan el alma. Combaten el caos y buscan la armonía como fieles devotos de San Martincito de Porres.

El cielo de Cachicadán siempre se pone limpio y sus noches son las más bellas del universo, sobre todo si de serenatas se trata y de escuchar el canto y la guitarra como si los rayos de luna transmitieran las gratas melodías hasta ignotas distancias con la más clara y tierna fidelidad.


¡Ay! Imborrables recuerdos que habrán de estar esperando bajo los balcones o en los charcos nocturnos, donde caímos sin registro de veces, el regreso de nuestros pasos. No habrá jamás mejor croar en la oscuridad que de los sapos de la parte alta del Barrio San Miguel, ni china más pindungosa que la del Canto. Niña dulce, ensoñadora, la del Barrio El Carmen. La más tierna, la que no esperaba la noche y nos buscábamos debajo de los floripondios en los recodos de las quebraditas camino al cementerio.

Cachicadán. En noches de idilio los perros no ladran, acompañan, y la luna cautivada por el ingénito alcanfor de los altos eucaliptos se oculta tímida y se cuelga temblorosa del penacho más fino de la penca más alta hasta que terminen cada una de las inolvidables citas. 

Pero no hay nada como su amanecer. Antes de que salga el sol huye el frío. Los árboles, quietos en la noche para no despertar a los adultos mayores, comienzan a alertar con el murmullo de sus hojas la venida del nuevo día y envían a las ventanas de las alcobas santas a los pajarillos para despertar a los amantes que hubieran sido vencidos por el alocado sueño. 

El caldo de carnero en el mercado o de gallina de corral en conocidas celestinas, acompañados de huevitos pasados, pan de yema o chancayes reparan las energías gastadas y curan el desvelo y basta eso para iniciar el día como cualquier otro vecino o buen hijo que duerme como se debe en sacramentado hogar. 

Claro que para que necesitan viagra, como puede ser el caso de los visitantes porque los del lugar jamás lo necesitan, también hay para esa hora, la rica cerveza negra, que cual fuera su marca, nunca es tan agradable como la que en Cachicadán se toma a temperatura ambiente. Si eso no levanta el ánimo, hay cuyes oriundos, guisados, fritos o al horno, de esos que basta uno para satisfacer un cuyero y cuyas virtudes transmite a quienes lo degustan temprano. 

En cambio, para el poblador trajinado, en lugar de cualquier restituyente, basta el baño de aguas termales a las seis de la mañana para ponerlo en fa. Secreto que hoy comparten también los turistas quienes al descubrirlo gozan de esta bondad especial de las aguas calientes, por lo que regresan a Cachicadán, una y otra vez, acompañados de sus afortunadas parejas. 


Esta virtud de las aguas calientes poco es difundida por los cachicadanenses en homenaje a los grandes viejos, de los cuales ya sólo nos queda el recuerdo resumido en sus consejas: una de ellas: "Seis de la mañana o seis de la tarde nos diría el tío Laracho Esquivel esas son las horas de mayor efecto, pero guarden el secreto para que los extraños no se enteren y se conviertan en nuestra competencia..."

A eso se debe que esta esotérica energía de las aguas termales de Cachicadán, además de las que el propio Raimondi enumeró, sólo sea conocida por los descendientes directos de esa tierra.

Por: Víctor Lujan Quezada


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